domingo, 20 de mayo de 2018

El Bosque


     En un pueblo oculto de Inglaterra vivía un niño llamado Charlie. Tenía 10 años y medio, era muy tímido, pero a la vez muy aventurero y curioso. Solía meterse en problemas bastante a menudo.
     Sus padres habían muerto cuando el tenía tan solo 5 años, y desde entonces vivía con su hermana mayor y su tía, quien no tenía hijos y tampoco mucha paciencia.
     Todas las mañanas caminaba rumbo al colegio atravesando el bosque. Siempre se encontraba en el camino con su único amigo, Tom. Se conocían desde muy chicos y el era uno de los pocos que no se burlaba de el. Disfrutaban mucho pasar tiempo juntos y solían ir a pescar al lago después del colegio.
     Un día estaban muy aburridos y se les ocurrió ir a investigar al bosque. No lo conocían bien y era un lugar peligroso por las noches. Pero no les importó y decidieron entrar igual.Las horas iban pasando y los niños seguían ahí. Mientras la noche caía, era más difícil poder volver al camino que los llevaba a sus casas. Pensaban que tarde o temprano alguien notaría su ausencia e iría en su búsqueda, aunque eso no hizo que el temor los invadiera.
     Mientras corrían tratando de buscar la salida de ese espeluznante lugar, Tom se tropezó con una piedra que lo hizo caer de cara al piso. El sentía mucho dolor, porque se había golpeado la palma de la mano con una rama pinchuda. Charlie no sabía que hacer, por que sentía temor y angustia, el nunca había pasado por un momento así, menos sin algún mayor que lo ayudara. Decidieron quedarse donde estaban y pasar la noche ahí, esperando que a la mañana siguiente, pudieran ver por donde caminaban. Después de dar muchas vueltas, lograron dormirse.
     El sol comenzó a iluminarles las caras y los despertó. Al abrir los ojos, no reconocieron donde estaban. Cuando se levantaron, Tom seguía muy dolorido, pero de igual manera continuaron buscando el camino. Por cada paso que daban, notaban que estaban más y más perdidos.
    Horas más tarde, encontraron una cabaña que parecía abandonado. La curiosidad fue más fuerte que el miedo y los hizo entrar.
    No había nadie allí. Solo tres habitaciones: La primera tenía paredes rosas con un hermoso piso de madera de roble, había una cama y un ropero un poco descuidado. La segunda era muy similar a la primera, solo que ésta tenía la pared pintada de verde. La tercera era la más espeluznante, estaba al fondo de un  largo pasillo, tenía las paredes pintas de un color claro y un piso con maderas flojas que rechinaban, una cama de la que salía polvo y las ventanas estaban tapadas con grandes maderas que la atravesaban. Dentro de un  armario había arañas y cucarachas.
     Al escuchar un ruido, Charlie salió corriendo a ver si algo le había pasado a su amigo. Tom ya no estaba allí. Salió de la casa pensando que tal vez
 necesitaba un poco de aire. Y entonces lo vio: ahí estaba , tirado en el piso como una bolsa de papas.
     Volvía a oscurecer y todavía no habían podido volver a sus casas. Por suerte Charlie había llevado una mochila con un par de bocadillos que sirvieron para saciar un poco el hambre.
     De pronto, de la nada, a lo lejos, vieron una luz que se acercaba. Era el dueño de esa extraña cabaña que volvía en su bicicleta a la que le había incorporado una linterna para ver en las noches. Los subió con él y los llevó hasta el pueblo. Allí estaban todos con faroles buscándolos. Cuando los vio, la tía fue corriendo a abrazar a Charlie.
     Finalmente, toda la familia de los pequeños terminaron comiendo felices porque habían podido regresar sanos y salvos.
     Ellos prometieron que nunca más irían sin permiso, y mucho menos a un lugar desconocido.

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